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La herencia maldita

  • Foto del escritor: La Juventud Diario
    La Juventud Diario
  • 7 feb 2020
  • 3 Min. de lectura

La herencia maldita fue uno de los conceptos más usados durante los gobiernos del Frente Amplio, especialmente en el primer período. Básicamente era una queja y una excusa a la vez, acerca de como habían dejado al país los gobiernos de las partidos tradicionales, que por aquel entonces se alternaban en el gobierno. Y a partir de allí, lo difícil que se hacía impulsar los cambios prometidos. Incluso insistiendo en otro elemento y hasta el cansancio, que éstos no eran posibles de la noche a la mañana. Sin embargo, el gobierno ya había acordado previamente con los organismos multilaterales el carácter continuista del proyecto político que irían a impulsar. Cabe recordar que en junio del 2004, en la visita que hacen Vázquez y Astori al FMI, el segundo ya es nombrado ministro de Economía y con las Cartas de Intención a la vista. Esto quiere decir que toda la dirección política del FA era plenamente consciente del rumbo que tomaría el gobierno frenteamplista. Quienes no sabían o intuían eran las bases, pero para eso ya se había tomado la medida de desmantelar toda la estructura orgánica de la fuerza política. Se cerraban los comités de base sencillamente dejándose de pagar el alquiler o desatendiéndolos por completo, dejándolos de vivitar o de realizar actividades. Quedaban al final algunos pocos representantes de algún sector. Es decir, que no quedaban ámbitos donde discutir y posicionarse a miles de militantes que ya discrepaban con esa política. Era típico a su vez, que en cada Congreso se recortara el Programa, se incorporaban aliados que nada tenían que ver con el verdadero proyecto de la izquierda y se achicaban los órganos de dirección: ‘mesa chica’, ‘secretariado’ o los ‘cabeza de lista’ al Senado. Para ese tiempo se habían incorporado nuevos grupos políticos a la Mesa Política que cambiarían definitivamente la correlación de fuerzas en el organismo, de dirección cotidiana y en todo el Frente. Para eso fueron inventados. Primero fue la Vertiente Artiguista, luego Asamblea Uruguay y después el PDC (Partido Demócrata Cristiano), la 99, etc. junto al Partido Socialista. Ningún dirigente que estuviera participando podría dejar de darse cuenta de estos cambios en la dirección del FA. Más bien era todo lo contrario, al ver el desfile hacia ese nuevo centro de poder para acomodarse y formar parte de ese bloque. “Las grandes mayorías”. La inmensa mayoría de los frenteamplistas eran engañados en su buena fe, y eso dura hasta hoy. Su último ejemplo, el balotaje. En pocos años, la herramienta construida para llevar adelante los cambios estructurales ya no existía como tal. Cambiaron radicalmente los contenidos del Frente Amplio asumiendo el continuismo como opción, papel que hasta ese momento realizaban los partidos tradicionales. El pueblo frenteamplista no se equivoca, vota por quien creía impulsaría los cambios. Pero esa fuerza política ya no era opción de cambio. En sus tres períodos lleva adelante el proyecto neoliberal sin oposición ni de los partidos tradicionales ni de la central oficialista, e impulsa una política asistencialista recomendada por el Banco Mundial para darle el tinte progresista. Mientras, extranjerizaba la tierra como nunca, triplicaba la deuda, permitía instalarse a las multinacionales, exoneraba el capital y gravaba los sueldos y jubilaciones, etc., etc. Esa es la herencia que el Frente Amplio le deja al gobierno electo que, por supuesto, hasta ahora no ha dicho que es maldita. Todo lo contrario, están muy agradecidos, sólo deben profundizarla un poco más. Ese es el programa multicolor, continuar con el mismo proyecto. Con su impronta, claro, pero esencialmente el mismo proyecto. Jota Jota


 
 
 

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