Columna pagana
- Colombina
- 13 ene 2020
- 3 Min. de lectura

¿Hay más creativos que público?
Podría ser la pregunta o también podría ser: ¿se perdió lo popular del carnaval?. O mejor aún: el poder adquisitivo restringe lo creativo?.
SEGUNDA PARTE.
Según vimos en la primera parte del tema, los espectáculos de carnaval se han convertido en grandes eventos, que insumen una inversión muy variable, según la categoría y el estilo del conjunto. Si podemos decir que uno de esos que asombran cuando se abre el telón, gasta unos 40mil dólares iniciales.
Dicho así, no es para todos sacar un conjunto, cuanto se suman los puntos por rubro para ganar mejores premios y más cantidad de escenarios durante el carnaval. Es un negocio. Eso es claro. Un negocio donde muchos artistas vuelcan su destaque para el público.
La nueva pregunta sería: ¿debemos admitir el negocio para ver espectáculos hermosos?
Hoy existe un movimiento que pretende crear un “carnaval paralelo” el de antes, de bombitas de colores, donde participen todos sin prueba de admisión, sin puntos por rubros, sin competencia. Muchos de los que sustentan la idea, son conjuntos que no han superado la prueba, otros que vienen del interior, otros que por algún motivo no pueden inscribir su título.
Esto para nada quiere decir que sus espectáculos sean malos, quizás no sean lo que el jurado quiere, lo que el turismo se supone que quiere, lo que las autoridades consideran que el público quiere. El tema es si la iniciativa es por “hacer algo fuera de la norma” o realmente pretende derramar iniciativas de cultura, dicho de otra manera, espectáculos sean o no “buenos”.
Buscando información, hay quien opina: “Como dato, hoy ya hay más murgas —y otros géneros también, pero por ahora son pocos— inscriptas para hacer ese tipo de carnaval que propone Sucau (el sindicato de carnavaleros) que las que hay en el de Daecpu (la institución que nuclea a los dueños de conjuntos). Es cierto que muchas lo decidieron porque no pudieron entrar al otro, pero son conscientes de que su decisión es definitiva”. Y la misma fuente agrega:” Claro, lo que ocurre es que esa forma de hacer carnaval (la del concurso televisado y los grandes desfiles) encaja a la perfección con la idea que la izquierda oficial (y supongo que la derecha también) tiene de la cultura: una mercancía para venderle a los turistas y para entretener a la gente «a lo grande», con muchas luces, efectos, coloretes y todas esas estupideces que demuestran que aquí también podemos hacer cosas «bien hechas, como en el primer mundo».
Mucha agua deberá correr debajo de este puente, del poder de los organizadores, los auspiciantes, la televisión y más. Y también de la organización, el cómo, el dónde, el quiénes de los que quieren un carnaval “libre”. Un carnaval de esquina en una sociedad armada que festeja a balazos en la rambla de Malvín. Hay tablados de barrio que han cerrado sus puertas por desórdenes. La utopía también debería organizarse. Habría que empezar por ver si la polarización o contradicción tendría que ser indisoluble, o podrían armonizar ambos conceptos en la misma sociedad, en los pueblos, ciudades, barrios.
No estaría bueno perder los grandiosos espectáculos actuales.
NO está bueno perder la esquina, el barrio, el canto a capela, la iniciativa popular.
Tampoco está claro si no terminaremos en un negocio más del carnaval “categoría B”.
Siempre es difícil puntuar, regimentar, limitar, el arte y que sea popular.
Colombina
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