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Afrodescendencia y discriminación: aspectos olvidados

  • Foto del escritor: La Juventud Diario
    La Juventud Diario
  • 1 ago 2018
  • 3 Min. de lectura

La plaza del Pueblo (Pedro Figari)

Escribe el profesor Pablo Freire

Dentro del desarrollo de la llamada agenda de nuevos derechos está lo correspondiente a la población afrodescendiente. Lo que más ha resonado últimamente es un tipo de discriminación positiva en lo que más se destaca es la asignación de un porcentaje de cargos públicos cuando se procede a la designación, por concurso o sorteo. Se ha fijado la cifra de 8%, derivada de resultados de censos de población; el cumplimiento efectivo no es por el momento total en todos los organismos. Lo que no está claro es qué es lo que se trata de compensar y esto debería ser el comienzo del asunto.

Si habláramos de la deuda del estado y la sociedad con la comunidad afro llegaríamos a cifras gigantescas casi imposibles de calcular. Lo conceptual está claro: el tráfico de esclavos aportó el capital para el gran desarrollo de la economía capitalista en los siglos XVll, XVlll y parte del XlX. Por ejemplo en Montevideo colonial, Francisco Antonio Maciel, de los más poderosos comerciantes a comienzos del XlX, basó su riqueza en la introducción de esclavos. La tradición le llamó “el padre de los pobres” y una ley homenajeó su memoria dando su nombre a un importante hospital capitalino.

Maciel no era el único, Montevideo colonial llegó a ser un punto importante para la introducción de esclavos, con el monopolio para la región otorgado por la corona española. Esto en el entendido de que los africanos eran luego revendidos a las otras regiones bajo dominio hispánico en América del sur.

Al comercio esclavista hay que agregar el valor de la mano de obra gratuita que se empleaba tanto en la campaña como en la ciudad, en todo tipo de función productiva y de servicios. Llegando al extremo de utilizar a las mujeres afro como nodrizas para amamantar a los hijos de las familias ricas cuyas madres no podían cumplir con la función.

Pasamos muy rápido por muchos y diversos aportes de trabajo gratuito que llevó a consolidar las grandes fortunas de latifundistas y grandes comerciantes. También el estado fue el beneficiario, después de la abolición.

El abolicionismo vino desde los centros del imperialismo con la finalidad de aumentar la masa de asalariados y por lo tanto los mercados consumidores de las producciones originadas en los países capitalistas industrializados. A esto hay que agregar en alguna medida, discutible, la influencia de corrientes de pensamiento humanitaria vinculadas a iglesias o a posiciones filosóficas.

En países de economía absolutamente dependiente, sin horizonte de desarrollo fabril a la vista, ¿cuál podría ser el destino de la masa de ex esclavos? Sin trabajo, sin propiedad, sin derechos, el cuartel fue el destino de los hombres. No por casualidad fue durante la guerra grande, cuando del punto de vista político se enfrentaron las divisas blanca y colorada, que en forma casi simultánea proclamaron la abolición.

Y en 1865 la peor tragedia, la participación del novel ejército uruguayo en la guerra de exterminio contra Paraguay, junto con los gobiernos de Brasil y Argentina. La historia recuerda a generales y coroneles; gran parte de la sangre derramada fue de la tropa afro uruguaya.

¿Cuánta riqueza se le robó con violencia a aquella comunidad? ¿Qué reparación sería suficiente, así fuera de carácter moral?

En el escenario económico, social e ideológico del Uruguay actual poco se puede esperar para superar la discriminación originada por la esclavitud. Los descendientes del patriciado colonial montevideano –no por casualidad los enemigos de Artigas- miran para otro lado. Y casi todo el aparato político busca pretextos para encauzar el funcionamiento del capitalismo dentro de los lineamientos del imperialismo.

El capitalismo es uno solo y el mismo. Fue el que generó y se nutrió del tráfico de esclavos y de la mano de obra gratuita después. Y el que vive del trabajo de los pobres, entre otros de la población afro descendiente. No se pueden esperar muchos resultados de acciones reparadoras si no se apunta al padre de todos los males, al sistema que de por sí es excluyente y discriminador.

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