El miedo
- Gonzalo Abella*
- 1 jun 2018
- 9 Min. de lectura

Cuando se oprime a un pueblo, cuando más allá del discurso, se lo somete y sele humilla, cuando la frustración, la exclusión y la marginalización tienen en el otro extremo la riqueza mal habida y el patrimonio saqueado, la violencia social aumenta. Mientras no se arme un proyecto popular y mientras éste no se haga carne en las multitudes, esta violencia social se vuelve incontrolable. Entonces, el miedo lo inunda todo.
El miedo se vuelve aliado de las fuerzas reaccionarias, que se disfrazan de protectoras del Orden. El miedo justifica las violaciones represivas contra todos los derechos. El miedo ayuda al aislamiento de cada uno y, en su encierro, lo hace consumidor cautivo de canales de TV y manipulaciones virtuales.. El miedo desvía las prioridades en el imaginario colectivo, y desde el Poder se manipula, se aturde al pueblo, para que las consecuencias que se sufren aparezcan aisladas de sus verdaderas causas. Entonces, en las casas de los pobres, perros guardianes enormes son el foso protector para defenderse de otros pobres
Hay un miedo diferente, razonable, profundamente humano, que nos hacer temer por nuestro pueblo, por nuestros seres queridos, por el futuro de todos. Es un miedo que se vuelve conciencia cuando entendemos las causas de dolor y de la injusticia; mezclado entonces con la indignación, nos lleva a la acción social y política. Y cuando encontramos el camino, entre compañeros, en el río del pueblo, se va perdiendo ese miedo y se transforma en disposición de combate, en alegría compartida, en certeza de triunfos, que deberá disfrutarse, por supuesto, sin bajar la guardia.
En la base de la pirámide asalariada de los aparatos represores también hay miedo. No se puede lavar el cerebro a todos los integrantes del aparato represivo, porque a pesar de drones, escuchas ilegales y videocámaras, a pesar de controles bancarios y financieros, la represión demanda más mano de obra contratada de que la que se puede aleccionar de forma segura. Una cosa es vivir en un cuartel y otra cosa es convivir en un barrio popular; una cosa es integrar tropas de élite y otra cosa hacer rondas de madrugada o custodiar en soledad un piso de una cárcel con calabozos hacinados donde la supervivencia del guardián exige a veces, desviar la mirada del horror. A veces hay que convivir con el horror aún cuando no se está tan pervertido como para hacerse cómplice. Si comprendemos ese miedo, si lo sentimos de ser humano a ser humano, podemos trabajar políticamente sobre él. En la UP-AP tenemos propuestas de políticas públicas que también dignifican el trabajo de los guardianes, mientras éste sea necesario
Partiendo de nuestra propia experiencia en momento muy difíciles, cuando la muerte podía llegar simplemente por el hecho de no sumarse al orden de la Dictadura, podemos decir que el miedo del militante no es tonto. Si nos dejamos dominar por él, nos paraliza y nos traiciona. Pero si convivimos con el miedo como un sistema de alarmas integrado, el miedo agudiza los sentidos, nos hace estar más alertas, incluso nos hace más creativos.
Hay momentos en que el miedo queda atrás y nos sumamos a la alegría de los avances colectivos. Cuando el pueblo recupera la confianza en un proyecto, es tiempo de heroísmos conmovedores. Es más fácil morir en la trinchera de todos que en la soledad de las mazmorras.
El peligro de dejar el miedo totalmente atrás es que podemos bajar la guardia, podemos confiarnos demasiado, olvidando que la lucha por las conquistas populares no termina con las conquistas políticas, sin que por el contrario, se agudiza.
El ser humano es portador de sentimientos siempre en conflicto. Su resolución, el salto en calidad para ser mejores, más ilustrados y valientes, sólo pide darse en la construcción de una Sociedad socialmente solidaria y ambientalmente sustentable, o sea, luchando frontalmente, sin cuartel, contra el modelo socialmente opresor y ambientalmente saqueador.
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* Maestro e historiador, integrante del Coordinador Nacional de Unidad Popular
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Mitos antigüos y nuevos
Las leyendas sobrenaturales son tan antiguas como la Humanidad. En tiempos de Comunismo Originario expresaban las suposiciones que se hacían los pueblos para explicar los fenómenos que observaban en su entorno. A veces, en forma mágica pero en contenido concreto, relataban regularidades de la Naturaleza cuyo descubrimiento era fruto del trabajo colectivo, eran un producto de su experiencia acumulada. Otras veces la leyenda se desarrollaba en torno a mitos fundacionales, cuando el imaginario colectivo iba adornando de atributos sobrehumanos a las mujeres y los hombres que fueron los antepasados más remotos de esa Comunidad. En este último caso, se buscaba fortalecer en las nuevas generaciones un sentimiento de pertenencia y de orgullo tribal.
En las sociedades opresoras, lo sobrenatural formó parte de la manipulación en manos de castas sacerdotales, o directamente desde el Poder, el cual alegó la bendición divina para justificar su perpetuidad. Fue una estrategia de sometimiento. Una estructura vertical de dioses y semidioses, u otras entidades espirituales igualmente diferenciadas por jerarquías, iluminaban e inspiraban a los miembros de las clases dominantes y a los ejecutores de sus políticas.
Los pueblos que resistían crearon sus propios relatos sobrenaturales. Además crearon rituales para acceder al mensaje de los espíritus directamente, sin mediadores oficiales, a través de ritos colectivos de incorporación y leyendo las señales de la Naturaleza.
La religiosidad popular pasó a ser un campo de la lucha de clases. Hubo Instituciones religiosas de base popular que fueron manipuladas por el Poder para aprovecharse de ellas, y hubo religiones del Poder que fueron re leídas en un sentido rebelde por el imaginario colectivo del pueblo.
Un ejemplo de todo esto fue el debate teológico que se dio en las Misiones Jesuíticas que existieron sobre el Río Paraguay, en el Alto Uruguay y la Chiquitania hasta 1768.Los jesuitas traían una versión del Cristianismo manipulada por el Poder, pero lejos del Vaticano y en el seno del colectivismo agrícola, la Compañía se partió en dos en cuanto a la interpretación del Evangelio que traían. Además debían comunicarse con los pueblos en lenguas cuya estructura gramatical exaltaba lo grupal tanto como sus sustantivos y sus adjetivos. En el siglo XVIII nace allí, del seno mismo de una doctrina de la resignación, una doctrina de la rebeldía y de la fraternidad, atributos inspirados tanto en la vida de esos pueblos como en las prácticas de vida colectiva de las primeras comunidades cristianas, prácticas relatadas en la mismísima Biblia.
En 1768, (José Arigas tenía cuatro años de edad) el poder colonial español y portugués redujo a ruinas humeantes las Misiones Jesuíticas. Pero muchas familias guaraní cristianas quedaron en esas ruinas, viviendo una vida de catacumbas, sembrando obstinadamente su maíz y su yerba mate, su mandioca y sus frutales , y ocultándose en la selva ribereña cada vez que soldados o mamelucos venían a asesinarlos o esclavizarlos. La Misa, celebrada por un hombre o una mujer de la misma colectividad, en las runas de un templo o en un refugio selvático, pasó a ser ritual de confirmación identitaria.
Y allí surgieron lo mitos y leyendas evocando aquella guerra de resistencia ahogada en sangre en 1768. Sepé Tiarayú, cacique cristiano caído en combate en aquel año, no era solo un héroe, sino un elegido. Sobre su frente había un sistema de lunares que reflejaban la Cruz del Sur. Cuando murió, el mismísimo Jesús bajó del Cielo y lo llevó con Él. La Iglesia de los poderosos dice que no fue así, pero los abuelos, obviamente, saben más. Por eso en tierra misionera riograndense existe, desde el 1800, un pueblo que se llama San Sepé.
De la estirpe de esta resistencia misionera, de revolución y mística, era Andrés Guacurarí, llamado Andresito Artigas o Artiguinhas. Fue Gobernador de la Provincia de Misiones y Comandante General de Corrientes en los tiempos de la Liga Federal de los Pueblos Libres.
Dicen que su fantasma recorre hoy los esteros de Iberá ( y-verá, “agua luminosa” ) y protege a campesinos y pescadores artesanales que resisten los monocultivos gringos. Yo no vi nunca el espectro de Andresito, pero no me creo por ello mejor, ni mucho menos más sabio, que los abuelos de Taragüí que sí lo sienten.
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De símbolos y palabras
Los locales de la UP brotan como flores humildes del suburbio. A veces duran sólo hasta que el vecino donante lo necesite para otro uso; pero aún con vida breve, son importantes como aglutinantes barriales, como núcleos de redes que los sobreviven. Los carteles y las carteleras desaparecen de la puerta, pero las memorias quedan y muchas veces la organización también. Pues bien: no hace mucho, en un local de barrio recién inaugurado, los compañeros pintaron un hermoso cartel, y en él, junto al logo rojo y verde de la UP pusieron la más conocida bandera artiguista… pero con la diagonal ascendiendo hacia la derecha. Defendí con firmeza ese diseño diferente de la bandera. Cuando el pueblo se apropia de los símbolos, cuando los hace suyos, tiene derecho a modificarlos, consciente o involuntariamente. Siempre fue así. En tiempos de la Liga Federal de Artigas, cada provincia modificó el diseño tricolor como le pareció, porque era suficiente la adición del color rojo a la blanquiazul de Belgrano para identificarse como provincia federal. Más aún: los indios de Corrientes cambiaron el azul por el verde casi sin advertir que hacían un cambio. Esto se debía a que en la cosmovisión guaraní, el azul y el verde son un todo único (hovy), son el mundo selvático originario, tal como era antes de la introducción de los colores. Fue un tiempo después que el picaflor (mainumby) trajo los colores volando de flor en flor y difundiéndolos después también entre animales y piedras.
Los indios artiguistas de Corrientes entendieron que en la bandera tricolor federal, junto al rojo y al blanco, era mejor una franja con el “hovy de abajo” (tierra selvática) que una franja con el “hovy de arriba” (cielo despejado). Y esta bandera de los pueblos originarios federados quedó muy bien. Es un rojo amanecer sobre una tierra recuperada. Esta versión de la bandera artiguista inspira nuestra bandera de la UP, que nos identifica y a la vez nos distingue de los usurpadores de símbolos. Porque cuando el Poder opresor , cuando un gobierno demagógico se adueña de un símbolo que fue popular, lo vuelve un objeto en sí mismo, inmodificable, desprovisto de su sentido original. Se sustituye la causa, el anhelo popular que el símbolo representaba, por el culto al símbolo vaciado, por la obediencia a los que ahora lo exhiben como propiedad o como trofeo. Así puede pasar con una bandera revolucionaria o con un símbolo de la religiosidad popular. Las palabras también son símbolos. El poder opresor y el gobernante mentiroso pueden prostituir hasta las palabras más hermosas. Se las usa, ya desprovistas de su contenido, cuando hasta el amor y la conciencia pasan a ser mercancías, objetos de compra y venta. Corresponde a los revolucionarios recuperar el sentido originario de los símbolos en general y de las palabras en particular. En la UP hemos recuperado la bandera, hemos rescatado su mensaje popular. Además, el rojo es la memoria de la lucha social, y el verde evoca la defensa del patrimonio ambiental. Hemos recuperado también muchas palabras: compañero, militancia, transparencia, lealtad, coraje, pueblo, lucha por el medio ambiente, diversidad, respeto a la autodeterminación de los pueblos, internacionalismo. Bajo nuestra bandera rojiverde común, ondean las banderas de las organizaciones políticas que integran la UP. Junto a ellas, las pancartas enarbolan las palabras ya liberadas de las cadenas de la opresión: hemos aprendido nuevamente a corearlas y a cantarlas. Y hemos descubierto que la palabra esperanza, si se quiere recuperar en su sentido original, debe deletrearse en colectivo..
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El laberinto
Entre nuestro pueblo trabajador y su única expresión política, que es la UP-AP, aparece un laberinto transparente, construido con paredes de cristal blindado. No lo vemos, pero está. Se interpone a la esperanza del cambio verdadero y necesario.
El voto obligatorio empuja a la gente a entrar en el laberinto. Con mayoritaria irritación, o con minoritario entusiasmo, la gente camina por él tanteando los espacios, y choca con paredes que no ve. Finalmente, aturdida por mensajes confusos, encuentra un camino de salida y, con el voto en la mano, emerge hacia la urna en la fecha preestablecida. Sólo muchos meses después descubre que la salida era falsa, que la llevó al mismo punto de partida del que quería alejarse.
Ofrecemos una guía práctica para evitar las salidas falsas y sus carteles engañosos.
Falsa Salida del cambio interno del FA. Por ella se cae en brazos de personas acomodadas en cargos, que prometen una rectificación de rumbo ya imposible, y sólo buscan arrastrar votos descontentos para los oportunistas de siempre.
Falsa Salida del voto anulado. Se sale a un barranco vacío y se oyen los ecos de la carcajada de los que siguen gobernando.
Falsa Salida de partidos “ecologistas”, “independientes” y pulgarcitos varios. Se llega a un universo fragmentado e inoperante, donde de forma “independiente” no se cambia nada y se separan los problemas reales de la única solución posible, que es la liberación nacional.
Falsa salida de la Derecha Antigua. Tiene tres puertas contiguas que dicen PN, PC y P de la Gente Rica. Si se hace esta opción, hay que tener cuidado de no desviarse un poquito, porque es difícil distinguirlas de las que dicen PERI y PI
La mitología griega dice que Teseo logró entrar al laberinto, matar al Minotauro opresor y salir con vida porque Ariadna, enamorada, le dio un hilo con el que el héroe recorrió sus trampas sin equivocarse. El hilo salía de un ovillo inagotable y su despliegue por los pasillos recorridos, ayudaba a recordar de dónde se venía e impedía equivocarse y volver atrás.
El hilo de Ariadna es la memoria del pueblo. Desde el ovillo de dolor y luchas acumuladas, el hilo se despliega, nos orienta, a condición de que no lo soltemos.
La Unidad Popular nos espera en la única salida verdadera. Se distingue por su aroma de amanecer definitivo. Ese amanecer rojo sobre el verde de la tierra recuperada es la bandera que escolta la salida. No estamos en ella definitivamente mientras seamos pocos; necesitamos la multitud que nos abrace, nos controle y nos guíe.
Muchos vendrán con los moretones y cicatrices por haber tropezado tanto, por haberse estrellado, confiados, contra los muros, en su búsqueda del amanecer definitivo. Son tan imprescindibles como aquellos que encontraron de inmediato la salida verdadera, quizás por circunstancias especiales que los guiaron hacia allí.
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