Esta campaña electoral
- Gonzalo Abella*
- 14 feb 2018
- 5 Min. de lectura

La UP AP no nació para que sus dirigentes hicieran carrera en el Parlamento, sino para recuperar la senda artiguista. Esta senda se interrumpió en 1820 y fue reencontrada fugazmente cada vez que el pueblo oriental enfrentó la opresión y el saqueo imperial.
La Doctrina Artiguista no es un decálogo de frases republicanas: define como enemigos a “los que se oponen a la pública felicidad” y define a los saqueadores extranjeros y a los opresores criollos subordinados como “malos europeos y peores americanos”. La tierra en manos de quien la trabaja y el poder popular, el derecho de las comunidades a remover sus representantes en cada momento, son premisas esenciales de esta Doctrina.
Para recuperar la senda artiguista hace falta la conjunción de dos factores: pueblo organizado en lucha y una herramienta política adecuada. Desde luego, detrás de un pueblo organizado y en lucha, decidido a reasumir el protagonismo para construir su futuro, hay conciencia y decisión. Pero sin una herramienta política que impulse y canalice la lucha popular ésta llega a un umbral insuficiente y queda por allí, y el entusiasmo popular empieza a decrecer.
La herramienta política que estamos forjando para este inmenso desafío es la UP-AP. En las actuales condiciones, la contienda electoral, sin ser el único frente de trabajo, para nosotros es de una enorme trascendencia. La campaña electoral en sí misma es una tribuna de difusión de ideas y una vía para acumular fuerzas y consolidar su estructura para cada organización integrante y para la UP en su conjunto. Después, los puestos obtenidos en el Parlamento son una tribuna de difusión, denuncia, propuesta, e impulso y acompañamiento a la lucha del pueblo por su programa.
Pero la UP-AP no es un fin en sí mismo, sino, como hemos dicho, una herramienta. Aspira a instalar en la conciencia de nuestro pueblo la convicción de que las transformaciones programáticas son posibles y necesarias y se ofrece a sí misma para contribuir a sus objetivos. La UP siempre está dispuesta a sumar esfuerzos en cualquier emprendimiento que beneficie la causa popular, pero para logar una acción común concreta no negocia jamás su Programa.
Una característica distintiva de la UP-AP es el espíritu de trabajo colectivo, la fusión de sus militantes con la causa común. No hay “dirigente” que no haya pasado y no pase por el trabajo cotidiano, gris, sacrificado, que todos debemos compartir y que compartimos con felicidad y convicción. Nuestros modestos locales no se limpian solos, las finanzas no se hacen solas, los muros no aparecen pintados en rojo y verde por generación espontánea. La colaboración en las mesas para juntar firmas contra la Ley de Riego, las actividades partidistas en barrios y en centros de trabajo y estudio, la presencia en las organizaciones sociales en lucha, todo requiere militancia cotidiana.
El 8º. Encuentro Nacional, que tendrá lugar el 28 de abril, es un hito que nos impulsa desde ya a trabajar en la profundización y la actualización del Programa. Profundizar y actualizar no es revisar su fundamento; la base artiguista del Programa, su orientación hacia la Liberación Nacional y el Socialismo, es la base inconmovible que nos une.
En este marco es interesante constatar las dinámicas diferentes de cada organización integrante, la personalidad y el estilo diferente que caracteriza y enriquece nuestra diversidad.
Esta diversidad se expresa también en los debates intensos que a veces se dan en las organizaciones de la UP-AP. Todos ellos enriquecen nuestros enfoques y permiten sabias síntesis para el trabajo colectivo. Pero en los lugares donde trabajamos mejor, el debate (sin evitar los enfoques conceptuales) se centra en la acción concreta, en la planificación de la acción. . Además, estudiamos constantemente mediante cursos, talleres y conferencias. Así preparamos la batalla electoral, tan desigual en recursos, tan esperanzadora y fecunda. ¿Cómo no confiar entonces en nuestra gente? Ah, y un dato adicional: los veteranos podemos afirmar con orgullo que el relevo está asegurado.
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No está muerto el vientre que parió al monstruo
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, Bertolt Brecht advirtió al mundo: “No está muerto el vientre que parió al monstruo”.
En pleno siglo XXI, cuando parecía que el sanguinario Fructuoso Rivera había sido definitivamente desenmascarado ante nuestro pueblo, cuando parecía que el “riverismo” era apenas una huella maloliente de todos los golpismos, el diputado suplente del Partido Colorado Dr. Jorge Schusman lo reivindica en un libro que intituló (increíblemente) “El segundo artiguismo” (Arca, Montevideo, 2018).
Admiro muchos aspectos de la gestión del primer y segundo batllismo en el siglo XX, pero conviene recordar la biografía del genocida.
Traicionó a la Liga Federal de los Pueblos Libres y desinformó a Pancho Ramírez calumniando a Artigas y sugiriéndole que lo asesinara. Fue condecorado por el imperio invasor. Capturado por los Treinta y Tres en 1825 compró su vida ofreciendo lo que más sabía hacer: cambiar de bando. Pero de inmediato desertó y se dedicó a saquear las Misiones, dejando una ola de robos, crímenes y violaciones y conduciendo una caravana de guaraníes esclavos hasta un campo de concentración en la actual Bella Unión. Nombrado Presidente del Estado manejado por británicos e imperiales, emprendió un genocidio contra las comunidades charrúas no por razones étnicas, sino como parte de la Contra Revolución agraria pro latifundista que sus amos le ordenaron. Este genocidio que se inició en Salsipuedes continuó en Paso Bautista, en El Infiernillo, en Mataojo, y no pudo concretarse en Yacaré Cururú porque los charrúas contraatacaron ultimando en combate (y no como se dice mentirosamente, mediante torturas) al hermano sobrino de Rivera, a Bernabé. (Entre paréntesis: el Coronel “colorado” Modesto Polanco preguntaba irónicamente quién había sido testigo de esas torturas y había sobrevivido para contarlo). El genocidio siguió en la Estancia del Viejo Bonifacio, donde fueron concentradas familias charrúas en la cocina de piedra y fusilados con fuego cruzado a través de las pequeñas ventanas del recinto. Mujeres charrúas fueron rematadas en Durazno por Rivera para servicios sexuales de sus amos; los niños sobrevivientes fueron repartidos entre familias ricas de Montevideo con la obligación de hacerles olvidar su nombre, su lengua y su identidad; fueron los primero niños desaparecidos por el terrorismo de Estado en nuestro suelo. Obsequió como trofeo de guerra a los británicos, felicitándoles por la conquista de las Malvinas, cuatro guerreros charrúas encadenados; vendió a europeos al charrúa Mataojo y a un zoológico francés otros cuatro, obteniendo mejor precio pues la única muchacha del “lote” iba embarazada.
Cuando el segundo presidente quiso investigar su anterior administración, inauguró los golpes de Estado, iniciando así la Guerra Grande. Poco a poco, el partido liberal pro europeo (“colorado”) lo fue desplazando de cargos de Gobierno, pero siguió conspirando y no tuvo pudor en enviar una carta al anciano Artigas invitándolo a volver, carta que éste, lógicamente, ni siquiera contestó.
Desde luego, cada uno escribe lo que le parece, pero ¿cómo puede reflotarse esta monstruosa defensa de un personaje que los propios batllistas condenan? Se puede porque no está muerto el vientre que engendró al monstruo. La entrega de la patria sigue dándose, el servilismo ante el imperio es política de Estado, y nadie se atreve a sacar el nombre del genocida de una plaza o de una calle, porque ningún gobernante puede arrojar la primera piedra. La lucha sigue.
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* Maestro e historiador, integrante del Coordinador Nacional de Unidad Popular
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