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Murió Nicanor Parra, poeta que cambió la poesía hispanoamericana

  • Foto del escritor: La Juventud Diario
    La Juventud Diario
  • 23 ene 2018
  • 3 Min. de lectura

El mayor del clan Parra, creador de la antipoesía, era el poeta vivo más importante de la lengua. Su libro Poemas y antipoemas, de 1954, marcó un quiebre con la tradición del continente.

Más de dos décadas llevaba retirado en Las Cruces. Hasta su casa junto al mar llegaron a visitarlo escritores, políticos, académicos y estudiantes. Y sobre todo admiradores, muchos de ellos llegaron a su hogar en calle Lincoln 113, quienes pudieron corroborar en directo lo que se decía del hermano mayor del clan Parra.

El poeta y físico matemático, fallecido a los 103 años de edad, que siempre era el mayor entre sus visitantes, era una mente lúcida inigualable, que podía recitar de memoria poemas en varios idiomas, contar chistes callejeros, recordar con detalle sabrosas anécdotas con Neruda, su hermana Violeta, y reflexionar con agudeza, desde la astucia y la experiencia, sobre la vida y la incertidumbre.

En definitiva, el autor que revolucionó la poesía hispanoamericana con su libro Poemas y antipoemas (1954) fue el último sobreviviente de la gran literatura del siglo XX. Al contar sus historias unía el discurso de la academia y de la calle, donde se asomaban frases de su hermano Roberto, Shakespeare, Pezoa Véliz, conceptos de la mecánica cuántica, Nietzsche hasta el Código de Manu.

Nicanor Parra, quien a mediado de los 90 se instaló en el balneario de Las Cruces, luego de 20 años de hacer clases de literatura a los alumnos de ingeniería en la sede de Beauchef de la U. de Chile, volvía de vez en cuando a referirse a su traducción de Hamlet que nadie vio publicada. “Hamlet es la culminación de todo”, decía sobre su desafío y obsesión. Un día, en broma y en serio, dijo a través de la prensa que necesitaba financiamiento para su traducción. Así fue como Farkas llegó en limusina al litoral.

El personaje shakesperiano que tanto lo cautivó convertido en su cuaderno de apuntes, en un huaso chillanejo o un lanzador de frases puntudas. “Soy el fantasma de Hamlet”, diría Parra, el primer gran poeta chileno que no usó seudónimo. Que firmaba sus libros de poemas con el mismo nombre con el que pagaba las cuentas y respondía las dudas al otro lado del teléfono. Distinto a Ricardo Neftalí Reyes (Pablo Neruda), Lucila Godoy Alcayaga (Gabriela Mistral) o Carlos Díaz Loyola (Pablo de Rokha).

“El poeta es un hombre como todos / un albañil que construye su muro: / un constructor de puertas y ventanas”, apuntó en Manifiesto, en 1963, donde señalaba que “Los poetas bajaron del Olimpo”. Su obra antipoética, basada en el habla cotidiana, donde asomaba el humor y el absurdo, le valió detractores y también los elogios de quienes vieron oxígeno ante la rigidez de la poesía lirica. Pablo de Rokha fue severo: “Los antipoemas inspiran lástima y asco”. El narrador argentino Ricardo Piglia lo consideraba su “maestro” y “el mayor poeta de la lengua después de Vallejo”.

Nicanor Segundo Parra Sandoval fue el mayor de nueve hermanos. Nacido en San Fabián de Alico, el 5 de septiembre de 1914, el hijo de un profesor primario y músico y de una modista, llegó con sus mejores credenciales a estudiar a Santiago. Del Internado Nacional Barros Arana, donde ingresó financiado por una beca de la Liga de Estudiantes Pobres, pasó a estudiar Matemáticas y Física en el Instituto Pedagógico de la U. de Chile.


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