Lenin en Kaiserstrasse 46
- Jorge López Ave
- 19 ago 2017
- 2 Min. de lectura


Nuestro compañero Jorge López Ave, corresponsal de la Juventud en Europa, estuvo hace pocos días en la casa donde el lider histórico de la Revolución Soviética, teórico y conductor revolucionario Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) residió en Munich, Alemania. Desde allí nos envió estos apuntes.
En Munich, en el número 46 de Kaiserstrasse, vivió Ulianov. Todo indica que en el entorno residieron en 1900 varios jóvenes marxistas rusos exiliados, que tenían en la conspiración contra el zarismo su razón de vida. Tanto, que por aquí nació la idea de hacer un diario que sirviera para unificar ideas subversivas y agitar luchas. No pudieron más que llamarlo La Chispa (Iskra, en ruso) porque era lo que buscaban, una chispa que ardiera y creara fogata y luego incendio revolucionario. Casi en la esquina de la calle, me espera un hombre mayor con una sonrisa no disimulada y cómplice porque el contacto que nos unió lo sabe de toda confianza. Es judío, dice, alemán nacido en Laufen, junto al puente sobre el río Salzach que separa el pueblo de Austria, y militante comunista desde 1949, casi nada. Bruno lamenta que el gobierno local haya quitado la placa que confirmaba y recordaba que aquí vivió Lenin – señala la puerta con el bastón-, dice que es una prueba de debilidad y del miedo que siguen teniendo al líder de la revolución rusa. También relata, en un alemán raramente dulce y siempre en tono quedo, que hasta 1977 en los bajos de ese edifico de enfrente funcionó una especie de taberna, y se apronta a contar un hecho que quizás sea el dato histórico más contundente del paso del Lenin por este barrio. Un trabajador de la taberna, emigrado del norte de Italia, se armó de valor una tarde de abril y abordó a Lenin en una esquina porque le había llegado el rumor de sus actividades y pensamientos, y quería ayuda. Le explicó que hacía tres meses que no cobraba y que ahora el dueño de la taberna había decidido pagarle solo en especies, comida, bebida y un colchón mohoso en la trastienda, y que eso le impedía mandar dinero a su familia. Lenin le preguntó cuántos trabajadores estaban en esa situación y el hombre respondió “tres”. “Organícense”. El hombre retrucó que era muy complicado porque uno de los trabajadores era sobrino del dueño y no se fiaban de él. “Organícense”, repitió Lenin, “hablen con el compañero, cuando lo convenzan ya habrán ganado la batalla” y volvió a sentenciar: “Organícense”.

Bruno respira tras contar la anécdota histórica y aclarar que ella es posible gracias a un hijo italiano de este trabajador, que siempre presumió que su padre, en su juventud, había encarado y hablado nada menos que con Lenin, y debió ser herencia-tesoro familiar hasta que de visita histórica al barrio, allá por mil novecientos cincuenta y pico se la contaron a él, un simple vecino comunista que lo escuchó entusiasmado. Dice que luego ha contado el relato cientos de veces, con disciplina militante, con la certeza de que era un legado revolucionario, y sospecha que alguien seguro la habrá colgado en internet. La historia oficial sí confirma que por esa época, en esos días, Lenin estaba enfrascado en su celebérrimo texto “¿Qué hacer?”, donde, precisamente, llama a estar organizado.
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