A 100 años de la muerte de Rodó
- Prof. Mónica Salinas
- 29 jun 2017
- 7 Min. de lectura

Dos acontecimientos fundamentales coincidieron en la vida de José Enrique Rodó, nacido en 1871: la proclamación de la III República francesa y el gobierno popular de la Comuna de París; en tanto que finalizaba en 1917 la Primera Guerra Mundial y despertaba la Revolución Rusa. Por ese entonces, la ciencia ocupaba el trono. Proliferaban los inventos: el motor de explosión, el dirigible, los rayos X, el cinematógrafo, la telegrafía sin hilos, el desarrollo de las comunicaciones entre muchos otros. Por otra parte, ante el fortalecimiento del capitalismo y la instalación avasallante de la burguesía, el anarquismo y el socialismo reivindicaron los derechos del proletariado. Hechos como estos incidieron en la vida de las repúblicas de América Latina, particularmente, en las ciudades del Plata. Se tejieron vínculos históricos, así como comerciales, y los inmigrantes llegaron en oleadas. Pero, en Latinoamérica, la modernización asumió otras características. Los habitantes de la ciudad y los del campo respondían a mentalidades diversas. Prevaleció la ciudad, recinto de los criollos blancos y los letrados, mientras que los analfabetos seguían siendo presos de la marginación, y los representantes de la cultura afrouruguaya eran aún un grupo reducido y escasamente visible. En cuanto a la política de inmigración, destinada a modernizar el país, la composición demográfica mostró el paso de 70.000 habitantes a un millón, y más tarde, de 1.800 a un millón. Pero no solo eso, puesto que la urbe era por entonces una ciudad mercantil que ya entablaba vínculos con Europa. En tales condiciones, la sociedad mostraba otros desafíos. Junto al proletariado citadino aparecían ideas socialistas y anarquistas, en tanto que los sindicalistas desarrollaban una actividad fervorosa. Con un marco de estas características se desarrolla la juventud de José Enrique Rodó. Corresponde a la etapa militarista (1875 – 1890) que, aunque parezca extraño, coincide en el tiempo con la reforma pedagógica de Varela y la implantación del positivismo en la Universidad. Fueron los tiempos en que Rodó militó en las filas del Partido Colorado, si bien comenzaba a poner de manifiesto su desacuerdo con el estilo autoritario de gobierno. Así, Rodó ya ganaba prestigio, en particular por su capacidad crítica. En el ámbito de la cultura, 1895 es el año en que Rodó y sus compañeros de generación se incorporan al panorama literario del país. Con Rubén Darío nace el modernismo al editarse Azul en 1888. Por otra parte, en Uruguay persisten los temas nacionales de temática patriótica, representada fundamentalmente por la poesía religiosa y romántica de Juan Zorrilla de San Martín y la narrativa realista de Eduardo Acevedo Díaz. En lo atinente a la formación científica y tecnológica, esta fue el primer objetivo de la educación pública debido a la utilidad social que se le asignaba. Por el contrario, los estudios de Humanidades fueron marginados, tal como señaló Rodó. Resulta irónico que Rodó naciera en plena guerra civil, durante la Revolución de las Lanzas y creciera en tiempos de la dictadura de Latorre, que tenía como precedente la sublevación de Timoteo Aparicio. Ciertamente, más importante que el trasfondo de los conflictos armados, era la biblioteca el centro de la casa. Allí se leían los clásicos españoles tanto como los autores americanos. Don José, comerciante y procurador, había conservado amistad con los más prestigiosos escritores locales (Acuña de Figueroa, Magariños Cervantes, Andrés Lamas, Manuel Herrera y Obes) y mantenido vínculos con los intelectuales argentinos del exilio de 1838 (Florencio Varela, Miguel Cané, Juan Bautista Alberdi), que habían huido de la persecución de Rosas. Desde sus primeros años, Rodó puso de manifiesto su vocación por el periodismo. Redactó a mano varios periódicos. Uno de ellos fue El Plata, donde daba a conocer su interés por la política. Cuando el país era víctima de la represión de la libertad de prensa, Rodó- estudiante de la escuela laica “Elbio Fernández”- publicó en 1883 con otros compañeros el artículo Lo cierto y nada más, donde incluyó un artículo sobre Fanklin. También en ese año, se publicó Los primeros albores, donde se dio a conocer un artículo sobre Bolívar a quien dedicó un trabajo de gran valía incluido en El mirador de Próspero. Se advierten aquí el rechazo a la tiranía y la postura a favor de la independencia de Cuba. Asimismo, se imponen aquí las ideas de los pedagogos José Pedro Varela y Elbio Fernández, sustentados en una educación de avanzada. En 1895, a los veinticuatro años, Rodó se inició en la prensa. Allí demostró la limitada capacidad de los periodistas de su tiempo, que buscaban satisfacer los gustos de las clases populares, en tanto ignoraban la tarea cultural. A partir de aquí surge el propósito de crear una revista cultural basada en las ideas y las letras. Se trata de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales, tarea que compartió con Víctor Pérez Petit y los hermanos Daniel y Carlos Martínez Vigil. El lema elegido fue “Laboremus” y su propósito consistía en divulgar las novedades más sobresalientes de la cultura. En La Revista Nacional se presentó por primera vez una muestra del modernismo literario en nuestro país. Se publicaron textos de Darío, Lugones y otros, al par que comenzó la actividad crítica referida al movimiento. Por su parte, Leopoldo Alas agradeció a Rodó su artículo “La crítica de Clarín”, lo que inició entre ambos una correspondencia frecuente, a tal punto que el autor de Ariel lo consideró su maestro, aun a distancia. Es posible afirmar que Rodó estaba impregnado del ideario krausista de Alas. Ambos consideraban de gran valor formativo el ejercicio de la crítica, tanto como el del juicio y el estímulo de los valores éticos, particularmente, los que se adecuaban al medio americano. En acuerdo con ese pensamiento, Rodó publicó en La Revista Nacional varios estudios que muestran su americanismo, especialmente el literario. En primer término, comenzó por releer las obras de la literatura rioplatense. Para ello se sirvió del ejemplo de Juan María Gutiérrez, estadista, jurisconsulto, agrimensor, historiador, crítico y poeta argentino. Se afirma que “las pocas lecturas dedicadas a la América Poética acuerdan en conceder a la antología de Gutiérrez la primacía de una configuración global de la lírica americana.” De igual modo, la página “Por la unidad de América” es la representación del americanismo literario, y ante todo, del esfuerzo por promover la unión y el diálogo entre las naciones de Latinoamérica. No obstante, el artículo que concedió mayor notoriedad a Rodó fue “Lo que vendrá”, que Samuel Blixen reprodujo con el título “Un artículo notable: Lo que vendrá” y exaltó la profundidad de las ideas, así como la perfección de su estilo.
Por esos tiempos, Rodó comenzaba a ser apreciado tanto en España como en América. Creó la colección titulada “La vida nueva”, que consistía en una serie de folletos donde reflexionaba acerca de la literatura, en particular la del fin del siglo y afirma su “conciencia de espectador en el gran drama de la inquietud contemporánea”.

En febrero de 1900 se publicó Ariel, un texto fundamental en el pensamiento de Rodó. Se trata de un tomo de 142 páginas, con una tirada de 700 ejemplares costeada por el autor. Allí, Rodó señaló que el tema central de su trabajo consistía en la defensa del espíritu en oposición al mercantilismo. No cabe duda de que Ariel es el ensayo más importante de Rodó, un análisis de la crisis del mundo hispánico desde la perspectiva de América Latina, reivindicando así la identidad de la América española en oposición a la América anglosajona, representación del imperialismo. Varios autores ya habían acuñado metáforas alusivas: el animal de rapiña, el monstruo, el caníbal, que se plasmará en Calibán. Ariel es un ensayo literario, de una prosa artística, con abundantes citas y referencias culturales adoptadas de fuentes literarias y filosóficas. Así, ponía Rodó de manifiesto sus preceptos de “enseñar con gracia” y de “dar a sentir la belleza”. Por otra parte, Rodó creó un ámbito que puede denominarse espacio académico, conformado por una sala de lectura, discípulos y el profesor. Allí, Rodó adoptó la máscara del viejo maestro a quien llamaban Próspero, en referencia al mago de La Tempestad de Shakespeare. Algunos críticos señalaron enseguida la rara conformación de la obra. Leopoldo Alas afirmaba que Ariel no podía verse como una novela ni un libro didáctico. Se trata de un género intermedio cultivado por los franceses. Más tarde, Carlos Real de Azúa señaló el parecido de Ariel con los denominados “oración rectoral” o “sermón laico”, donde se proponía a la juventud pautas morales, liberales y cívicas. Rodó adoptó este modelo crítico, pero además lo actualizó, lo adaptó a su estilo y a los conflictos de América Latina. El discurso del profesor, dedicado “A la juventud de América” consta de seis secuencias donde explica su lección de moral social a los intelectuales latinoamericanos del siglo XX. Estos se encargarán de predicar su mensaje innovador. Mencionadas como “arielismo” o “rodonianismo”, las ideas de Rodó se extendieron por Latinoamérica y España, ante todo, en los ámbitos donde se imponían el positivismo y la innovación pedagógica nacida del krausopositivismo, así como del neoidealismo. Pedro y Max Henríquez Ureña fueron los primeros en divulgar a Ariel y de hacer varias reediciones de la obra. Además, se formaron núcleos arielistas en varios países, entre otros, Puerto Rico, Costa Rica, Ecuador, Venezuela, Argentina y Perú. . En Uruguay, el arielismo convocó a la juventud. A poco tiempo de la muerte de Rodó, Carlos Quijano y otros jóvenes seguidores de la reforma universitaria crearon “Ariel”, y editaron la revista con el mismo título. También en Argentina, José Ingenieros y otros intelectuales pertenecientes a la generación del Centenario se identificaron con las ideas expresadas en Ariel. Motivos de Proteo, la obra más profunda de Rodó, fue publicada en Montevideo y la edición, de dos mil ejemplares, se agotó en dos meses. El libro ya había sido anunciado desde hacía mucho tiempo y Rodó le había anunciado a Unamuno que estaba preparando “un nuevo opúsculo” referido a lo que denominaba como una cuestión psicológica de su interés. Mientras componía Proteo, el propio Rodó señaló la rareza de su estructura, compuesta por fragmentos, además de la variedad, contenidos y estilos del texto. Se observa aquí la influencia de las obras de los ensayistas ingleses, que consiste en la reunión de moral práctica, tanto como de filosofía. En 1913 llegó a la prensa El Mirador de Próspero, recopilación de cuarenta y cinco ensayos. De acuerdo con Rodríguez Monegal, la obra es el compendio de todo lo escrito por Rodó, quien clasificó sus obras en las categorías de crítica literaria y ensayos -históricos, literarios, morales, sociales e hispanoamericanos. Pero en el aspecto artístico, Rodó estaba muy alejado de las vanguardias. No obstante, antes de abandonar Uruguay ya estaba consciente de que al fin de la guerra no encontraría dolor y desolación. Así lo expresó: "La guerra traerá la renovación del ideal literario, pero no para expresarse a sí misma, por lo menos en son de gloria y de soberbia. La traerá porque la profunda conmoción con que tenderá a modificar las formas sociales, las instituciones políticas, las leyes de la sociedad internacional, es forzoso que repercuta en la vida del espíritu, provocando, con nuevos estados de conciencia, nuevos caracteres de expresión" (1915). Murió en un cuarto de hotel, solo y en la miseria. Fue sepultado en Palermo, y en 1920 el gobierno uruguayo trasladó sus restos, que fueron trasladados para depositarlos en el Panteón Nacional. Su obra aún es objeto de reediciones y estudios. Esto se debe a que los lectores de épocas y países diversos continúan encontrando en ella un ideario perenne.
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