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El ciudadano José Artigas

  • Prof. Pablo Freire
  • 21 jun 2017
  • 6 Min. de lectura

Óleo sobre tela de José Luis Zorrilla de San Martín

Tantas versiones y visiones hay sobre el caudillo oriental, muchas respetables, que me he animado a dar la mía, a partir del título que él mismo se daba, lo que para las ideologías en curso en su época era una definición radical. Lo haré pasando de un ítem en otro, de acuerdo con la influencia que los sucesos vividos fueron forjando su ruta y viceversa.

La vida rural

Una Banda Oriental sin fronteras precisas al norte, de unos 200.000 kilómetros cuadrados de superficie, fue el escenario de la vida de nuestro personaje, desde los catorce años y por un lapso de dos décadas; en el mismo territorio convivían quizá unas 10.000 personas. Iniciar una vida pública a esa edad no era excepcional, más bien era lo común en el medio rural; lo significativo fue la cantidad de años practicando diversas actividades –dentro o fuera de la ley y de las prescripciones religiosas- enmarcadas en la cultura popular campesina.

Al pertenecer a una familia de clase media, de propietarios rurales, pudo recorrer el territorio, practicando el comercio y las distintas faenas propias de aquella campaña, que tenían en común la exigencia en algunas tareas vinculadas al trabajo a caballo. Era indispensable ser buen jinete y además baqueano, en aquel territorio en que las únicas referencias las ofrecía la naturaleza. Además, el oficio de tropero y comprador de cueros, al avanzar hacia el norte, traía consigo la necesidad de convertirse en guerrero, en competencia con portugueses que hacían lo mismo en sentido contrario y además cuidándose de los naturales de la tierra que también defendían lo suyo. Sin contar con la potencial amenaza de los “hombres sueltos”.

Las hazañas se suman y se difunden donde se reunía la gente, para trabajos zafrales, para ceremonias religiosas o para negociar, como en las pulperías; en todos los casos el mate y el fogón eran escuchas obligados de quien se fue haciendo conocer, al punto de ser calificado en el año once por un jerarca del régimen español como “el coquito de la campaña”.

La suma de veinte años, más los quilómetros cuadrados dividido entre el número de habitantes deja un saldo que explica la popularidad de este joven criollo entre un público diverso.

Azara

El año 1800 es el del encuentro entre dos personas que representan civilizaciones distintas, cuyos diálogos solo podrían ser expuestos por algún novelista inspirado. Félix de Azara era un sabio naturalista español a quien se le encomendó informar sobre los problemas de la frontera entre las tierras españolas y portuguesas. Artigas debió asistirlo en su labor, cuando ya integraba el cuerpo de Blandengues. ¿Cómo fue su ingreso a esta milicia? Debido a un indulto, de lo que se deduce que estaría acusado de contrabandista, aunque no debería estar perseguido por un delito de sangre. El contrabando de referencia era la venta de cueros productos de faena en el suelo oriental y vendidos a los portugueses, única forma de mejorar los precios que pagaban los comerciantes montevideanos que usufructuaban el monopolio a través del puerto.

Azara era portador de las nuevas ideas del siglo XVlll, que en sus aspectos económicos, sociales y culturales eran alentadas por la monarquía española. El dictamen del científico fue terminante al denunciar al problema más grave para la seguridad de la frontera, la población y la producción: el latifundio. Seguramente fue fácil la coincidencia con el integrante del cuerpo de Blandengues ya que éste tendría que estar al tanto de cómo se vivía el mismo problema en España, porque debía estar presente en su tradición familiar. No invento, sigo las enseñanzas de Vivián Trías. En definitiva, no hay duda de que las bases teóricas y prácticas de la revolución agraria artiguista y del texto del Reglamento provisorio de 1815 se fraguaron en este encuentro.

La deserción

El dilema que sacudía a España y a Hispanoamérica era el pronunciamiento a favor o en contra de Fernando Vll, y aunque no se dijera en forma explícita, el declararse contra el rey era tomar el camino sin retorno hacia la independencia política.

Ya se había producido el movimiento juntista en Buenos Aires, las nuevas autoridades buscaban adeptos en todo el virreinato, incluyendo contactos secretos y hasta el uso de tinta invisible. Una de las adhesiones que se esperaba en Buenos Aires era la de Artigas, lo que no era una decisión fácil. Como se dice en la jerga futbolera: con el diario del lunes todo se sabe. Realmente el 22 de febrero de 1811 nadie podría asegurar que el régimen colonial español iba a caer como un castillo de naipes; es más, pasó más de una década para su desaparición casi total y después de cruentas guerras.

A los cuarenta y siete años, habiendo llegado al máximo grado que un criollo podía tener en una milicia, Artigas debió optar. Se supone que previamente conversó largamente con un sacerdote, con un integrante del bajo clero. No es casual, los curas reunían por lo general dos cualidades: tenían cierto grado de instrucción que en algunos casos les posibilitaba el contacto con las ideas de avanzada en la cultura de la época y estaban en convivencia con los sectores populares.

La adhesión de apoyar al gobierno de Buenos Aires contra el de Montevideo fue fuerte; seguramente su impacto en la Banda oriental también. De hecho modificó totalmente la relación de fuerzas en el territorio.

La primera derrota

Después del levantamiento general de la campaña en 1811 y de los éxitos militares, el coronel Artigas recibió la orden de levantar el sitio de Montevideo y marchar con su ejército a un nuevo destino, sobre el norte del río Uruguay. Hacia ahi marcharon los paisanos devenidos en soldados. En su peculiar jerga decían “nos vamos redotaos”. Y atrás de ellos se fue el grueso de la población con todo lo que se pudo llevar, menos los más ricos, que emigraron para Buenos Aires. También había diferencias entre los que marcharon hacia el norte, señaladas por tener o no esclavos y carretas.

Esa multitud, que no había sido convocada, ratificó con su presencia la legitimidad de la autoridad de Artigas y éste se hizo cargo de la responsabilidad. El caudillo se convertirá en conductor y conducido (Trias otra vez).

La seguridad en la campaña

La burguesía mercantil montevideana había aceptado la autoridad del Jefe de los orientales y, a través del Cabildo, pensó en utilizarlo para sus fines. Uno de los cuales era el afianzamiento del control de la campaña por parte de los latifundistas, algo que la autoridad española no había conseguido. El pedido era el de seguridad en la campaña y así se lo hacían saber al ahora Gobernador provisorio. La respuesta fue el Reglamento provisorio, documento que dedica algunos artículos al tema seguridad pero que es antes que nada un ordenador de la economía y de la sociedad basado en el acceso a la tierra como base fundamental.

Los integrantes del Cabildo pensaron en defender sus privilegios aplicando una vieja fórmula de la administración colonial: “se acata pero no se cumple”. Artigas debió actuar con firmeza, el Reglamento se puso en vigencia y un buen número de paisanos se convirtieron en usufructuarios de pequeños lotes, fruto del reparto de propiedades de latifundistas españoles y de enemigos de la revolución, con la única obligación de afincarse y trabajar con el ganado.

La instalación del estado uruguayo, emergente a partir de 1828, abortaría esta reestructura de la campaña, desconociendo la validez de los repartos de tierra y devolviendo la propiedad a los latifundistas.

La cooptación

En sentido estricto, la palabra denomina a uno de los procedimientos usados para renovar la integración de los cabildos: un miembro saliente designa al entrante. Una extensión del uso del término pretendió ser usada por el cabildo de Montevideo, para congraciarse con Artigas explotando la vanidad y la apetencia de poder que suponían debía tener, lo designaron con un título de autoridad nunca ejercida por nadie: gobernador y capitán general. La respuesta del caudillo, negativa, debió seguramente sorprender a los cabildantes, aunque quizá no la hayan entendido; dice en lo sustancial: “los títulos son los fantasmas de los pueblos”.

Los últimos compañeros

Cuando Artigas se fue al Paraguay ya la ocupación portuguesa se había instalado en Montevideo, donde al entrar fueron recibidos con homenajes por el Cabildo. Es lógico, para la burguesía mercantil montevideana, había llegado su salvador.

Los que se fueron con el jefe de los orientales fueron indios y negros. Con los charrúas, fue el único criollo que logró establecer acuerdos para la guerra. Pronto, el novel estado uruguayo concretaría el genocidio comenzado por los españoles.

Los negros se afincaron también en Paraguay, formando una comunidad que en cierta forma sobrevive, con algunos vestigios culturales, incluyendo el sonido del tambor.

¿Hay noticia de que el Estado uruguayo como tal haya expresado de alguna forma su responsabilidad por el genocidio contra los pueblos originarios y contra los negros por la esclavitud y la posterior discriminación?

¿Uruguayo?

Los uruguayos tenemos como la idea de que Artigas vivió hasta 1820. Nos cuesta y hasta nos duele pensar qué pasó en esos larguísimos treinta años. Basta recordar que el gobierno de Fructuoso Rivera intentó que viniera. Más parece una burla cruel, un último intento de cooptación.

¿Cuál es la distancia entre el pensamiento y la acción de Artigas y la configuración del estado uruguayo tal como lo conocemos?

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